No puede el pirómano en su cordura jugar con cerrillos solemnes, porque se contagia de su belleza y la expande por todos lados como esporas derramadas, como esperma rojo y amarillo y de colores que se pierden a los ojos del loco.
No debe el poeta, en su poesía, jugar con miradas, palabras, pájaros que aniden en otros balcones, porque se ahoga en ideas que le explotan en versos, y se le derraman en su corazón, y vierte entre papeles, entre las manos que no le conocen o en una cripta sin nombre que se abre...