sábado, 18 de junio de 2016

Noche en el monte Gurugú

En la noche grumosa de ferrita y regaliz,
andan plata las estrellas desconchadas,
y aun más abajo,
-donde catapultados vuelan cometas metamórficos-
la savia arcana gobierna
todo un reino arbonaida.

La densidad del espacio es notable.
Los peregrinos andan zarandeando brazos,
los colores tampoco permiten otra cosa;
quieren que los agiten, los sacudan y golpeen.

Colores de la tierra abatida,
de troncos retorcidos
del puente abandonado
de la fuente sumergida
en el mismo charco que la
roca, la farola, el gato.

Alguien recogió las lágrimas
y las pulió contra las hojas,
las convirtió en una fibra
que posteriormente tejió,
tejió
tejió
soltó
cayó, sobre las brumas en ausencia de fuerzas...
Y ahora es una superficie especular.

Entre los árboles erguidos
del poderoso reino
existe entre los retículos de un cristal
un camino
-que aun nervioso-
se sostiene sólido
ante las brochas furiosas
del ojo celeste del pintor.

Se eleva con la madera
estrangulando la torre
un tótem como si fuera
de un indígena la bandera
pisoteada por el viento cuando corre.

Me voy camino del monte,
Escalo las escaleras,
confundo lo que veo,
escucho lejos un ruido
que recuérdame el olvido
de un demonio negro
que siempre me está acechando.

Confundo las escaleras,
muerdo lo que veo.
La altitud me ha obligado a disparar una pupila:
veo todo tan profundo
que las he dado por perdidas.
A las dos.

Ahora me siento sobre el monte.
Los soldados recargan sus fusiles
y prenden la mecha.
Quién va a decirme ahora qué.

La nube que nos envuelve
es el único portón de mi reino.
No se lucha en mi territorio,
aquí solo hablamos
y nos regalamos tiempo.

Dame la mano,
que te coma el Dios Gurugú.
Dame tu mano negra
y dorada moteada,
Señor Leopardo Infeliz.
¡Respira conmigo la temperatura!

Y confunde la noche y
muerde las estrellas
 y del monte Gurugú.

No hay comentarios:

Publicar un comentario