Me levanto con resaca y abro la ventana. Una suntuosa y perfumada brisa me golpea en la cara.
Es azahar. Huele a primavera. Y yo con estas pintas.
Se me quedó la voz ronca de pensarte, los ojos rojos, de llorar tu ausencia.
Extraño sincronizar respiraciones, caricias en mi espalda. Y, por supuesto, las de más allá de la
aduana, las que sobrepasaban el recato y pedían que fundiéramos
nuestros cuerpos uno contra otro, como
si fueran de cera. Hasta alcanzar la expansión del Universo.
A lo lejos alguien sueña, a lo lejos, oigo voces en mi cabeza que ululan un canto melancólico. Intentan arrancarme el secreto de tu existencia. Tarde. Tan sólo quedan cenizas.
La gloria de Troya seguirá inmortalizada en los libros, pero hasta ella terminó ardiendo.
Y aunque intento curarme de esta esquizofrenia absurda sólo consigo paliarla cuando descubro el circular perfecto del fondo del vaso. Ya nunca se separará de mí. Estamos condenadas,
casadas, cansadas de por vida.
Maldigo los huecos que fueron testigos de instantes de
perfección. Porque ahora son los que apuntan y aprietan el gatillo
cuando paso.
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